jueves, 23 de octubre de 2014

Desde hace ya unas semanillas que "El rincón del escritor Almeriense" tiene un logo que nos representa. Haciendo honor a nuestras dotes, hemos decidido que forme parte de nuestra empresa una pluma garabateando lo que viene siendo una gran historia que poco a poco y entre todos, os iremos contando.


Esperamos que "El rincón del escritor Almeriense" llegue lejos y entre todos podamos hacer de este bonito sueño una gran realidad.

Si queréis más información sobre nosotros y nuestros libros, no tenéis más que seguir este blog: El rincón del escritor Almeriense en él iremos colgando eventos y también podréis encontrar un email de contacto y un catálogo de nuestros libros. Está todavía en construcción, pero poco a poco irán apareciendo más cosillas.

Un saludo amigos!

martes, 21 de octubre de 2014

¡Buenos días mundo!

Después de pasar un gran fin de semana repleto de evento y de buenos momentos, llega un periodo de tranquilidad... pero solo por 5 días, pues este fin de semana estará  en Lucainena (el 26 domingo) "El rincón del escritor Almeriense" dando guerra.

Centrándome en el tema, os contaré que el sábado pasado estuvimos en un bonito evento llamado "La vuelta al mundo en 80 libros" en Huércal de Almería, llegamos allí sobre las 17h de la tarde y hacía una calor increíble. La tarde fue tranquila, la gente iba y venía y además, estábamos en muy buena compañía. 

Por allí estuvo Julio Verne, Wiily Fog y la princesa Romy también se pasaron a saludar y un señor alemán, con su gigantes jarra de cerveza también estuvo por allí. 

Fue una tarde movidita entre idas y venidas, y nos llevamos unas cuantas sorpresas, pues nuestra compañera Carmen preparó un bizcocho que estaba de muerte (muchísimas gracias por ese delicioso detalle =),), nuestro querido Lobo Fantasma nos trajo unos donuts, y al final de la jornada nos trajeron una caja repleta de bocadillos y pepsis que cayeron en cero coma.

Aquí os dejo unas fotillos de recuerdo:




Al día siguiente, domingo 19, estuvimos en el municipio de Adra, en el Soho, exponiendo nuestras obras al público y en frente de un puesto de comida alemana que nos hizo salivar desde que llegamos hasta que nos fuimos, pero algunos de nosotros saciamos el apetito... sin remedio alguno claro.
Fue una mañana divertida y con algún que otro "contratiempo"  en forma de poesía =P

Aquí también hizo una calor horrible, es más, parecía que el sol nos perseguía y poco a poco todos íbamos rotando hacia la izquierda en un intento desesperado por huir de él. Luego estuvo ese baile tan sexi de nuestro Lobo fantasma, que próximamente podréis ver en un vídeo de nuestra compañera Mary Martín. 

Y poco más os puedo contar, que estoy muy orgullosa de este gran grupo, que juntos llegaremos lejos, porque la unión hace la fuerza y que espero que todos y cada uno de vosotros podáis disfrutar de nuestras novelas y  nuestras historias.



viernes, 17 de octubre de 2014

Llevo unos días sin pasarme por el blog, pero hoy seré breve =). Vengo a presentaros un nuevo blog compuesto por diferentes escritores de la provincia de Almería. Se llama:

"El rincón del escritor Almeriense"
http://rincondelescritoralmeriense.blogspot.com.es/


Todavía está en construcción, pero en él podréis encontrar todos los eventos a los que asistirán, un catálogo con sus libros que poco a poco se irá actualizando, una galería de fotos que pronto estará disponible y muchas cosas más que estarán a vuestra disposición incluso para que podáis contactar con todos nosotros.

Ni que decir tiene que somos como una pequeña familia unida por un gran sueño y una gran afición, esperamos poder llegar hasta todos vosotros y que disfrutéis de nuestra compañía y nuestros escritos que podríais llevaros dedicados, no dejéis de asistir a nuestros encuentros, recuerda: El rincón del escritor Almeriense.



martes, 7 de octubre de 2014

¡Buenos días amigos y amigas de la red!

Hace unos días hablé en otro post de mi nueva novela Etherinia, pues bien, había pensado en ofreceros la posibilidad de Leer el prólogo y el primer capítulo, así que aquí los tenéis:







Prólogo
1788
Norte de Salysbury, en el actual condado de Wiltshire, Inglaterra.
La hierba se hunde bajo mis pisadas. Temo que en cualquier momento pueda caer y que ellos me atrapen, pero aún así sigo corriendo, correré hasta que me falte el aliento, hasta que mis pulmones digan basta o hasta que la divina mano de los dioses me toquen para protegerme.
Puedo escucharlos correr detrás de mí, casi puedo sentir sus respiraciones agitadas en mi nuca… Me van a coger y cuando lo hagan, me llevarán al círculo de sacrificios y me ofrecerán como regalo a la precursora de la maldición; para que ella decida si quiere dejarlos vivir al menos una década más bajo aquella voluntad impuesta, que lograba sosegar la avaricia y la sed de poder por un tiempo relativamente corto… Todos aquellos malvados luchan para que la maldición no se rompa, todavía no, aún no consiguieron su objetivo y el rey… él prefiere seguir viviendo un tiempo más atenazado por aquella garra invisible que, más tarde o más temprano, lo conducirá a un destino desalentador…
Y yo, presa del pánico, corro como una condenada a refugiarme a un lugar que no me pertenece y al cual fui enviada con una misión concreta que hace mucho tiempo que olvidé. Ya no recuerdo nada y no sé porqué… este mundo llamado Tierra es horrible.
Este no es mi sitio… Esta no soy yo…
Por favor…
Tengo que llegar al pueblo… ellos pueden ayudarme, darme cobijo… detener a esos asesinos.
El bosque se acaba y hasta la aldea solo queda un extenso camino de hierbas y piedras afiladas que, en cualquier otra circunstancia, parecería menos largo de lo que es, pero que ahora parecía interminable.
Las luces de las casas se ven, las antorchas de la entrada al pueblo iluminan parte de un camino empedrado que guía a las gentes hasta el empezar de la ladera y yo, recorro el poco trecho que me queda haciendo acopio de las pocas fuerzas que aún residen en mi ser. Ya no siento los pies, no sé si soy yo la que está corriendo o alguna fuerza extraña me lleva en peso. Noto como unos terribles pinchonazos se apoderan de los músculos de mis piernas dejándolas atrofiadas y como el pecho me arde al intentar coger grandes bocanadas de aire para poder subsistir hasta ponerme a salvo y pronto, casi sin darme cuenta, logro cruzar el arco de la entrada al pueblo.
Todo está oscuro, ¿y mi casa? ¿Mis padres? Mi… hermano, ¿dónde está mi hermano? ¿Nadie se ha dado cuenta de que he desaparecido? ¿Dónde está la gente?
Desesperada miré atrás, siempre me han dicho que jamás mire atrás… y fue lo peor que pude hacer: estaban allí… y las antorchas se apagaban a medida que iban avanzando, pero nunca se hizo la oscuridad. No había estrellas en el cielo, tampoco la luna nos mostraba hoy su resplandor plateado… era la magia la que nos iluminaba, ella sería la única testigo de mi asesinato y la única que jamás podría hablar.
Logré encontrar mi humilde morada y entrar dando traspiés.
-¡Padre! ¡Madre! ¡Están aquí!
¿Dónde están?
No había nadie allí, ¿dónde estaba la única familia que había creído tener durante todo este tiempo en este mundo? Esto no podía estar pasando, solo era una pesadilla.
Las maderas de la entrada crujen, la puerta se abre y la estancia queda iluminada. Deshecha y exhausta caí al suelo sin poder evitarlo, lo único que podía hacer era intentar mirar a los ojos a aquellas personas con dientes brillantes que habían venido a marcar mi destino, un destino del que jamás conseguiría librarme.
-Las niñas buenas… no huyen –murmuró una voz aproximándose desde atrás y asiéndome por los brazos para levantarme del suelo. –Siempre te has portado bien… ahora, debes servir al rey SemyLeón.
¿Qué rey? ¿De qué hablan? Esa voz… había convivido con el enemigo desde el principio.
A rastras, me sacaron de mi hogar y con una última mirada al lugar en donde había vivido desde que tenía memoria: recé… recé para que un día pudieran encontrarme, clamé a los dioses para que algún día lograran romper el hechizo que ataba a aquel maldito pueblo desde hacía siglos y sobre todo lloré, lloré por no poder elegir, pataleé porque siempre iba a ser presa de mi destino, uno que yo no había pintado, un destino que habían trazado sin que yo formara parte de aquel plan y al que jamás pondrían final.
-No te resistas –bufó mi captor, agarrándome más fuerte. –El círculo nos espera, la magia… se está mezclando con el mundo y los humanos están tan ciegos que jamás la verán…
-¿Y usted… qué es padre? –Era una de las personas que más había querido en toda mi vida, pero a la que ahora odiaba con todas mis fuerzas. -¿Acaso no eres también un humano?
No obtuve ninguna respuesta, sabía que lo había herido… pero jamás podría ser más de lo que él me había hecho a mí…
Noté cómo el final se aproximaba y mientras me deslizaban por la fría piedra y me ataban de brazos y pies, solo pude pensar en una cosa: en lo feliz que había sido y en lo corta que había resultado ser mi vida y por extraño que pareciese todo aquello, sabía que debía viajar, sabía que debía volver, pero no recordaba a qué lugar, solo se escuchaba el clamor de la batalla y a alguien conocido gritar mi nombre a través de una puerta de madera con barrotes que denotaba ser de una celda.
El miedo empañaba mi visión y cuando empezaron los cánticos y el olor de los pétalos de las amapolas, que arrojaron sobre mí me adormecieron, sólo podía preguntarme qué clase de atrocidades harían conmigo.
-¡Duérmete! –Me ordenaba la ansiosa voz de mi padre. – ¡Duérmete! –Repetía una y otra vez mientras los druidas comenzaban a danzar en torno a la roca y sus movimientos y voces sonando al unísono me mareaban.
Una voz lejana se escuchaba, gritaba en mi interior y casi podía notar cómo me arrancaba la vida sin que pudiera hacer nada.
-Dilo…
Escuché murmurar la lejana voz de mi padre.
-¡Dilo!
Me ordenaba cada vez más con más ahínco, más eufórico… y esa voz… por favor que se calle, cállate, ¡CÁLLATE!
No podía hablar. ¿Porqué no?
-Dilo… ¿dónde estás?
Otra tierra… las nubes… todo estaba devastado…
-¿Dónde estás? ¡Maldita sea! –Gritó histérico el druida mientras zarandeaba mi cuerpo inerte.
-Etherinia… estoy en Etherinia.
Y entonces ya nada importó. No importaba que ya no respirase, tampoco que mi corazón hubiera dejado de latir… hoy era 31 de Diciembre.

Capítulo I
24 de Diciembre

            Hoy la gente se levanta feliz, es Noche Buena, y el día de Navidad está próximo. Hay personas que adoran estas fechas, ya sea por ver reunida a la familia o porque son una excusa perfecta para sacar la cartera y dar rienda suelta al consumismo y a la compra impulsiva de una ingente cantidad de caprichos que no necesitamos y de regalos que, más que nada, son por compromiso. Pero la gente es feliz, y creen que por un día pueden olvidar todas aquellas diferencias que los ha separado de su familia durante todo el año. Pero este… no es el caso de Ángela Stravs. Una mujer joven, atractiva e inteligente como la que más, podría decirse que incluso a veces demasiado seria, pero qué más da, es la salvadora de Londres. Nadie la conoce, excepto sus amigos y bueno… quizás también quien lea el periódico de sucesos. No, no está muerta, solo es detective y muy buena, por cierto.
Trabaja cerca del Tribunal Central Penal, más conocido como el Central Criminal Court, con unas vistas preciosas a lo que viene siendo el bar de copas donde su capitán va a emborracharse todos los días con el alcalde Steven Forx. No hay nada mejor después de un duro día de trabajo, ¿no?
Las influencias mueven el mundo, pero nunca resuelven casos… solo ayudan un poquito.
Y el hecho de levantarse a las 6:00 de la mañana un duro día del frío invierno para atrapar a los malos y volver a casa para descansar casi a la hora de levantarse de nuevo… no desanima a nadie, bueno, al menos no a la detective Stravs.
-¿Qué tenemos hoy Milán?
No siempre llegaba la primera, pero sus compañeros la respetaban como si fuese la manda más, era genial en su trabajo.
-Dos heridas de bala, de calibre pequeño…
-Un 22, sí. –Afirmó poniéndose los guantes, mientras se agachaba junto a la víctima.
-Una a la altura de la arteria femoral y otra directa al corazón, -continuó el detective Milán. –No hay sangre…
-Lo cual indica que no murió aquí. –Concluyó Stravs buscando indicios de violencia en el cuerpo. -Tampoco hay rastros de sangre en el suelo, así que no fue arrastrado.
-Hay marcas de ruedas un poco más allá, Ángela –interrumpió el detective Xavier Delgado, el eterno compañero de la señorita Stravs, mientras se limpiaba el talco de los guantes de su carísimo abrigo de Tommy Hilfiger.
-Bien –dijo poniéndose en pie y quitándose los guantes. –Que se lleven el cuerpo para hacerle la autopsia, no es muy difícil adivinar de qué murió, pero podríamos estar equivocados. Quiero que analicen las marcas de ruedas del suelo, posibles coches que podrían llevarlas y qué tipo de vehículo es. –Stravs se dirigía al coche, llevaba prisa, eran las 7.30 de la mañana… llegaría tarde.
-¿No se te olvida nada? –Le gritó Delgado desde atrás.
-Coged las cintas de las cámaras de las calles, de las tiendas y preguntad a los vecinos de los edificios si anoche escucharon, vieron u oyeron algo extraño o fuera de lo normal –dijo de forma atropellada abriendo la puerta de su Volkswagen Passat y arrancando.
-¿Dónde vas con tanta prisa? –La paró Delgado colocando una mano en la ventanilla. –El capitán querrá vernos.
-El capitán puede esperar, ¿te apartas?
-¿Algo más? –Preguntó sonriendo sin apartarse del cristal.
-Busca todas las tiendas de armas que haya por la zona y pregunta en cuantas se ha comprado recientemente o en los últimos seis meses un calibre 22… ¿Qué soy tú niñera?
Ángela giró el volante bruscamente, obligando a Xavier a apartarse para no ser atropellado. A veces solía ser un poco borde… bueno, demasiado borde, no hay que negarlo, pero todo tenía explicación. La única persona a la que jamás podría hacer esperar era a su hija Dámaris, una chiquilla de 8 años, demasiado inteligente para su edad,  y que, por supuesto, entraba en el colegio a las 8:15, y que posiblemente llegaría tarde otra vez y, como era habitual, Ángela tendría que volver a disculparse ante su jefe.
ααα
-¿Porqué todos los días llego tarde? –Preguntó Dámaris nada más subir al coche mientras su madre le ataba el cinturón de la silla.
-Lo siento princesa, los malos no tienen horarios… procuraré que no vuelva a pasar, -añadió su madre a modo de disculpa.
-Ayer dijiste lo mismo –replicó Dama, mirando por la ventanilla mientras pasaban por delante de la Torre de Londres.
-Perdóname, sé que no estoy demasiado tiempo en casa, pero de verdad que procuraré compensártelo.
-Eso también lo dijiste ayer –añadió la chiquilla decepcionada.
Ángela frunció el ceño, odiaba que su hija tuviera razón y que ella, por más que lo intentase, solo pudiera ofrecerle una patética vida del piso al colegio y del colegio al piso. Era una niña, tenía que salir a jugar al parque, ir a la feria, estar con niños de su edad… ¿Cuántas veces había hecho eso en ocho años? Quizás… un par de veces. Ni siquiera hacían cena de Navidad y la abuela solo venía a visitarlas en Año Nuevo. Dámaris solo había visto los fuegos artificiales por televisión, las fuentes de los parques brillar desde la ventana de su habitación y nunca conseguía tener el regalo perfecto que ella quería por Navidad, Santa siempre le traía lo equivocado.
-¿Qué te parece si esta noche hacemos algo especial? –Preguntó la detective a su hija, mirando por el retrovisor del coche para ver su expresión.
-¿Te refieres a ver la televisión mientras comemos palomitas y tostadas de mantequilla de cacahuete?
-No… Es Noche Buena, podríamos ir a cenar a algún restaurante, al que tú quieras y después ir a los Jardines Kensintong, he oído que hay por allí una feria medieval, como las que ponen por la tele, y hay muchas funciones con guiñoles que cuentan leyendas de Londres… ¿Qué te parece? –Preguntó esperanzada Ángela, haciendo maniobras con el volante para aparcar el coche frente al colegio. Después se volvió y miró a su hija sonriendo.
Dámaris la miró extrañada, ¿de verdad aquellas palabras habían salido de su madre? ¡Imposible!
-Me parece mamá… que duermes demasiado poco –murmuró quitándose el cinturón y bajándose de la silla. Se acercó a Ángela y la besó en la mejilla.
-¿No… te ha gustado la idea? –Preguntó confusa la mujer.
-La idea me ha encantado… otra cosa es que puedas cumplirla…
Y con las mismas Dámaris salió del coche y subió corriendo las escaleras que daban al Hall de la entrada de su colegio, dejando a su madre algo confundida.
Stravs volvió a arrancar el coche y con un suave movimiento volvió a girar rumbo a la comisaria, lugar al que debería de haber llegado hacía ya una hora. Fue lamentándose por todo el camino, era inevitable, pero a la vez deseaba dejar de hacerlo para poder centrarse en el caso de ese día. Cuanto antes terminara el trabajo antes podría volver a casa, seguramente a Dámaris tampoco la sorprendería si ella misma cocinase para las dos, sus comidas estaba tan buenas como una piedra del Támesis mojada en chocolate a primera hora de la mañana. Era realmente un desastre en la cocina y si encargaba comida su hija se daría cuenta, así que era mejor salir a comer fuera. Luego estaba el tema de la ropa, ¿qué demonios iban a ponerse las dos? Salían tan poco a cualquier acto, reunión o fiesta, que no tenían nada en condiciones para ponerse en ocasiones especiales y seguramente la abuela insistiría nuevamente para ir a celebrar el fin de Año al Big Ben. ¿Cuánto tiempo llevaba dándole largas?
-Casi desde que nació Dama…
Se respondió a si misma apoyando la frente en el volante. Llevaba parada frente a la comisaría casi dos cuartos de hora y ni siquiera se había dado cuenta, pero ya era hora de entrar y de llevarse la reprimenda del capitán. Necesitaba aclararse las ideas, su vida no era nada fácil, pero tampoco tenía derecho a complicársela más a su hija… cumpliría lo prometido, le costase lo que le costase, pero ahora…
-¡Stravs! –Le gritó Simon Beckan, haciendo aspavientos con las manos para que se acercara más deprisa.
-Perdone el retraso señor, había un tráfico horrible y…
-Sí, sí, sí, sí… un tráfico horrible, las calles estaban llenas de hielo, a mi hija se le olvidó la mochila… Bla, bla, bla… Las mismas excusas de ayer y antes de ayer –replicó el capitán pasando el brazo por encima de sus hombros y conduciéndola hasta la mesa de trabajo. –Eso no es lo que me interesa ahora, lo que de verdad importa en este momento es el caso que tienes entre manos, así que a trabajar y a resolverlo cuanto antes.
Ángela parpadeó dos veces sentada en su comodísima silla de terciopelo negro del año la pera y miró a Milán con ojos interrogativos.
-El alcalde ha llamado, al parecer los periódicos, no precisamente de sucesos, quieren escribir dando las gracias a la policía londinense por su gran trabajo.
-Genial, tendremos a un montón de cotillas durante… ¿cuánto? ¿2? ¿3 horas?
-En realidad… es un reportaje –admitió Xavier, sentándose en una silla a su lado. –Supongo que serán días…
-¿Qué?
-Hemos cotejado las huellas marcadas por las ruedas en el suelo, -interrumpió Milán, haciendo caso omiso de la pregunta de Ángela. –Por el diámetro del dibujo y lo marcadas que están, hemos podido comprobar que eran nuevas y por la separación entre ellas es imposible que pertenezcan a un coche tipo turismo.
-Con lo cual estamos hablando de una furgoneta –afirmó Stravs retrepándose en su asiento.
-Exacto, una furgoneta Renault Trafic de 200 caballos, color amarilla –confirmó el inspector delgado.
-¿Vieron algo los vecinos? –Preguntó Ángela esperanzada.
-Y las cámaras de la zona también –añadió el detective colocando un portátil con las imágenes de lo que las cámaras habían grabado: viéndose a un asesino poco profesional, literalmente, empujar el cuerpo al suelo de una patada.
-Espera, acerca la imagen –ordenó la mujer. -¿Ves este logo? Es de una compañía de seguridad.
-¿Cómo lo sabes? –Preguntó Milán.
-Intentaron timarme…
-Uuuhh, ¿te pusiste dura con ellos?
-No tengo tiempo para juegos Xavier, -bufó la mujer poniéndose en pie. –Milán averigua la dirección de esa empresa, iremos a hacerle una visita al propietario. ¿Sabemos ya quién es la víctima?
-¡Estaba deseando que lo preguntaras! –Exclamó Delgado levantándose agitado. –Se llama Oliver Santa Cruz…
-¿El que hace de Papá Noel en el centro comercial? –Se sorprendió Ángela, alzando mucho las cejas.
-Sí, pero eso no es lo mejor; la víctima conocía a su asesino. ¿Recuerdas los dos tiros al lado de la femoral y el corazón? Bien, pues al parecer el cuerpo no presentaba signos de violencia, todo indica que la víctima llevaba otra ropa a la hora de su muerte, pues el pantalón que tenía puesto no tenía perforaciones ni de entrada ni de salida. –Explicó Xavier algo eufórico, siempre le pasaba lo mismo con los casos nuevos. –El primer examen superficial indica que la bala rozó la femoral, suficiente como para que se desangrara y muriera, pero lo que realmente le mató fue la bala directa al corazón.
-Impresionante, -se burló Stravs sonriendo. –Consigue las cintas de las cámaras del centro comercial y habla con el encargado, quizás sepa algo.
-Estupendo, ¿vienes conmigo?
-Ahm… no puedo, acabo de recordar que tengo que estar en otro sitio ahora mismo… -Dijo Ángela un poco agitada.
-¿Te preocupa algo, verdad? –Preguntó Xavier alcanzándola antes de que saliera.
-No es asunto tuyo…
-¡Venga ya! Somos compañeros desde hace más de siete años, ¡te conozco mejor que  tu suegra!
Ángela lanzó una mirada de odio a Delgado que lo hizo retroceder, pero tenía razón, igual él podía ayudarla.
-¿Qué compras a una niña de ocho años en Navidad? Algo que le guste, con lo que sea feliz… algo que acierte con lo que quiere…
-Pues… no sé Ángela…
-Oh venga… tú eres padre.
-Sí, de un niño… Un chiquillo que quiere el fantástico coche de Batman y un Spiderman que lanza telarañas de verdad… Ángela, todas las niñas quieren ahora las muñecas esas feas de los dibujos, ¿cómo se llaman? Monsters horrípidas no sé qué…
-¡Monster High! ¡Eres un genio! –Exclamó sin poder evitarlo, pero rápidamente recuperó la compostura. –Y… bueno, ¿conoces algún restaurante cerca de los Jardines Kensington?
-¿Vais a ir a cenar fuera? ¡Vas a tirar la casa por la ventana! –Se sorprendió Xavier. -¿Porqué no venís a casa? Michael y yo estaremos solos este año.
-No… sería demasiado.
-Vamos, podría ser divertido, además creo que Dámaris necesita jugar con niños de su edad.
-La verdad es que…
-Dicho y hecho –sentenció el detective sin dar tiempo a la mujer a que respondiera. –Luego podremos ir a los jardines, te espero a las 8 en mi casa, -añadió mientras se iba alejando hacia su coche. –Y trae pudding…
-Espera… yo no…
Genial. Realmente genial. En serio… ¿tenía que hacer pudding? ¡Já!
Ángela no se lo pensó más, debía ir a comprar alguna de esas muñecas, no sabía si realmente le gustarían a Dámaris, pero lo que sí sabía es que las veía todos los días por televisión y no despegaba los ojos de la pantalla hasta que terminaban. Estaba segura de que esta vez acertaría con el regalo…Y la idea de ir a cenar con Xavier y su hijo tampoco era mala del todo, pero hacer pudding… ¡Puaj! Lo compraría en algún sitio, no iba a perder el tiempo en la cocina pudiendo estar de compras con su hija, además… tampoco quería ser la responsable de que se le cayeran a Michael todos los dientes de leche antes de tiempo.
Paró en uno de los semáforos que había de camino al centro comercial, ¿cómo había sido tan estúpida? Xavier y ella podrían haber ido en el mismo coche, al fin y al cabo iban al mismo lugar…
-En fin…
Al llegar al centro el detective la estaba esperando, no sabía porqué pero en su rostro se dibujaba la misma expresión que seguramente habría tenido ella cuando se dio cuenta del error… pero bueno, así podría ir a recoger a Dámaris nada más salir de allí.
-¿Te has fijado? –Preguntó éste nada más verla.
-¿En qué?
-Ohhh, realmente estás preocupada hoy, nunca te había visto así –se burló Xavier, echando su brazo por encima de Ángela, del cual ésta se deshizo con un espectacular movimiento serpenteante.
-Como vuelvas a hacer eso, te prometo que ese ridículo chaleco antibalas que llevas solo te va a servir de colador la próxima vez que quieras hacer sopa de letras y decidas poner tu nombre en los agujeros de bala para taparlos–amenazó con una sonrisa irónica. -¿En qué debería de fijarme?
A veces, la paciencia de la detective Stravs no era una de sus virtudes más notables y solía perderla bastante a menudo, sobre todo cuando se encontraba en compañía de Delgado.
-Mira allí –dijo cogiéndola de la barbilla para girarle la cabeza en dirección a los grandes almacenes del centro comercial.
-¡Una furgoneta amarilla!
-¡Qué casualidad! La empresa SavingJob trabajando en la seguridad del centro comercial, justo donde asesinan a uno de sus trabajadores, ¿coincidencia?
-¡Vamos cállate! No existen las coincidencias y tampoco las casualidades, -lo reprendió Stravs. –Además, no estamos seguros de que nuestro sujeto muriera aquí.
-10 pavos a que murió mientras se cambiaba de ropa –sonrió Xavier enseñando todos los dientes.
-¿Qué… pero…? ¡Estamos hablando de una persona Xavier! ¿Cómo puedes…?
El detective Delgado se llevó una mano al rostro de forma dramática.
-¡No tienes sentido del humor! –Se quejó frunciendo el ceño.
Ángela Stravs se adelantó sin siquiera mirarlo, si pasaba un solo segundo más con él acabaría pegándole un puñetazo, que haría que probablemente pasara la noche de Navidad con la nariz rota.
Ambos detectives se aproximaron hacia la salida de los almacenes, no había nadie, solo estaba la furgoneta de la aseguradora y antes de entrar en el centro comercial la examinaron detenidamente. El tipo de ruedas parecía coincidir, no parecían muy gastadas por lo que probablemente hubieran sido cambiadas recientemente. Solo quedaba mirar su interior…
-¡Eh! ¿Qué hacen? –Exigió saber una voz que provenía desde el almacén.
-Detectives Stravs y Delgado –se apresuró a decir Xavier, sacando la placa al mismo tiempo que Ángela. –Estamos investigando un asesinato. ¿Es responsabilidad suya esta furgoneta?
-Hasta las 13:30 sí, trabajo de turno de mañana –respondió el chaval, que no aparentaba tener más de veinte años.
-Entonces supongo que podremos echar un vistazo a lo que tiene ahí detrás, ¿verdad? –Preguntó Stravs girando sobre sus talones para aproximarse a la puerta del vehículo.
-Sí… claro que sí, -respondió algo cohibido.
Al abrir las puertas de la parte trasera del furgón no hallaron nada. Registraron durante un buen rato buscando indicios de que allí hubiera habido algún fiambre en algún momento, pero nada: ni un rastro de sangre, ni un cabello, ni siquiera un hilo que se hubiera desprendido de la ropa.
-Dice que hoy tiene turno hasta las 13:30, ¿verdad? –Preguntó Ángela saltando de la parte trasera del vehículo.
-Si, así es… -respondió el chico cada vez más asustado.
-Bien… ¿dónde estuvo ayer hacia las 13:30 y 3:00 de la madrugada, señor Finnegan? –Quiso saber la mujer.
-¿Cómo sabe mi nombre? –Preguntó algo horrorizado.
-Lo pone en su plaquita, -¡Será imbécil! Pensó Ángela frunciendo el ceño. –Y ahora responda.
-Siempre que termino de trabajar regreso a casa con mi familia, -explicó Finnegan un poco aturullado. –Por la tarde salí con mi hermana de seis años a comprar al súper y después cuando regresé ya no salí más de casa.
-¿Puedes confirmar tu coartada? –Preguntó Xavier apareciendo detrás de la mujer.
-¡Claro! Mis padres estuvieron conmigo y… y… la chica del súper me vio, pueden preguntarle a ellos, tengo el ticket de la compra.
-¿Alguien más de la empresa en la que trabajas te acompaña o te ayuda? –Quiso saber Delgado.
-No siempre venimos a los mismos sitios, hay mucha gente que contrata nuestro servicio de alarmas, normalmente soy yo el que cubre esta zona, pero ayer falté al trabajo las dos últimas horas; tenía cita para el médico y mi compañero Jaime Lian me cubrió.
-¿Tu compañero Jaime Lian? –Se extrañó Xavier.
-Sí, él trabaja por la zona de Brent y se ofreció muy amablemente a venir hasta aquí.
-Está claro que no llevaba esta furgoneta, ¿verdad? –Volvió a preguntar Ángela mirando de soslayo a su compañero.
-No, cada técnico lleva la suya…
-De acuerdo señor Finnegan, puede continuar haciendo su trabajo. Gracias por colaborar con la policía de Londres.
-No hay de qué… para servir, señora.
Ángela no dijo nada más y decidió adentrarse en el almacén junto a Xavier, sabía que aquél chico era inocente; su tranquilidad y seguridad mezcladas con ese sudor frío, que todo ser humano experimenta cuando están a punto de acusarlo de algo que no había hecho, delataba que no había tenido nada que ver con aquél asesinato.
No sabían muy bien qué encontrarían ahí adentro, pero su intuición les decía que sería algo muy importante, algo que sería decisivo para llevar aquel caso hasta el final, quizás alguna prueba importante, un sospechoso que realmente tuviera alguna intención oculta… era difícil saberlo, pero siempre había alguien, el crimen perfecto no existía.
Stravs sacó el móvil y marcó el número de Milán, si él llegaba a la comisaría antes que ellos, podría buscar información sobre el supuesto compañero de Finnegan. Sí, Jaime podría ser su hombre; el asesino de Oliver Santa Cruz, pero antes necesitaban saber dónde vivía, tener alguna prueba que lo inculpara; como lo era por ejemplo la furgoneta que utilizó para llevar el cuerpo.
-¿Milán? ¿Has encontrado algo? –Preguntó rápidamente Stravs, atravesando un pasillo demasiado oscuro para su gusto.
-He estado en SavingJob o lo que queda de ella, regresé a la comisaría hace casi una hora y… no te vas a creer esto Stravs, -añadió el detective con tono preocupado.
-¿Qué ocurre Milán? ¡Suéltalo! No tengo todo el día, -la frustración y la intriga no eran buenos compañeros…
-La empresa lleva cerrada casi 16 años, su nombre sigue existiendo, pero según la base de datos de comercios… lleva inactiva ese tiempo, -explicó Milán, casi sin creerse ni él lo que había descubierto. –He estado allí, está todo en ruinas, no queda nada de lo que fue el gran edificio y no se ve ningún tipo de actividad.
-Entonces… si está inactiva, ¿quién demonios es el que mueve los hilos para que la gente siga contratando esas alarmas? –Se preguntó más para sí misma que para los demás. –Tiene que haber gato encerrado Milán, Xavier y yo hemos estado hablando ahora con uno de sus empleados y nos ha dado un nombre: Jaime Lian. Investiga sus antecedentes, consigue todos sus datos y localiza al dueño de la empresa SavingJob, esto se está complicando.
-Entendido, nos vemos más tarde Stravs.
-¿Qué ocurre? –Preguntó Delgado intrigado.
-Luego te lo explico, ¿has encontrado al encargado?
-Uno de los trabajadores me ha dicho que está en las oficinas de arriba, así que vamos –la apremió el detective.
Stravs y Delgado subieron las escaleras, ese día los nervios estaban a flor de piel y los trabajadores iban de aquí para allá, pero bueno era normal, aquello era un almacén, presuponían que tendrían encargos a raudales teniendo en cuenta las fechas en las que se encontraban y las furgonetas y camiones de reparto estarían fuera yendo y viniendo durante todo el día, dando viajes para cumplir con sus cometidos en vísperas de Navidad.
-Perdone, ¿puedo ayudarles en algo? –Preguntó un señor, abordándolos nada más terminar de subir las escaleras. –La entrada al centro comercial es por el otro…
-No venimos al centro comercial, venimos a verle a usted señor… -Delgado tuvo que fijarse muy bien en la desgastada chapa identificativa del empleado, parecía que llevaba bastante tiempo trabajando allí, pues parte de las letras del nombre se habían borrado.
-Strekings, -se apresuró a decir.
-Bien, señor Strekings –interrumpió Ángela, tomando las riendas del asunto. –Estamos aquí para investigar un caso de asesinato y creemos que usted puede ayudarnos.
-¿Un asesinato? –Su rostro cambió de repente. –Perdone, ¿de quién se trata?
-El joven Oliver Santa Cruz, más conocido entre los niños como el Santa Claus del centro comercial, ¿sabe usted algo? –Lo instigó Xavier.
-¿El señor Oliver muerto? –El encargado se pasó una mano por el pelo varias veces seguidas, exudaba por todos los poros de su cuerpo. –Acompáñenme, por favor. Hablaremos mejor en otro lugar.
Los detectives siguieron al jefe de almacén hasta su despacho, todo estaba ordenado y reluciente, como si alguien lo hubiera limpiado todo el día anterior.
-Esta mañana me extrañó que no viniera a trabajar, -dijo empezando a hablar mientras se servía un café con manos temblorosas. Hizo ademán de ofrecerles a los detectives pero estos lo rechazaron con un grácil gesto de la mano. –Lo llamé varias veces a su teléfono, pero nadie respondió… creía que podría haberse quedado dormido, por eso no insistí, pero me extrañó, él siempre había sido muy puntual, adoraba a los niños…
-¿Notó algo raro estos días en él? –Preguntó Stravs, sentándose en una de las butacas. Xavier, mientras, se dedicó a explorar el despacho en busca de alguna pista que pudiera ayudarlos en el caso.
-No, claro que no… Estaba feliz, estas fechas siempre le han gustado mucho –explicaba el encargado. –Adoraba la Navidad, era como un niño pequeño cuando se avecinaban estas fechas.
-¿No sabe si tenía enemigos? –Stravs comenzó a anotar cosas en su cuaderno, aunque carecieran de sentido, siempre procuraba apuntar cualquier cosa que luego pudiera serle de gran ayuda.
-Que yo sepa no, llevaba varios años trabajando en la empresa, pero jamás hablaba de su vida privada con nadie y aquí, al menos, jamás se vio envuelto en ninguna trifulca.
-Está bien señor Strekings, no lo entretendremos mucho más tiempo, solo necesito saber un par de cosas más, -indicó la detective dejando de anotar en su cuaderno. –He visto que esto es muy grande, debe de haber vestuarios, ¿no?
-Así es, están situados abajo en el sótano, también están las taquillas de los trabajadores, cada uno tiene una y cuando termina la jornada de trabajo bajan a relajarse o directamente se cambian y se marchan a casa –declaró el encargado.
-¿Podría llevarnos hasta allí? –Quiso saber Xavier, adelantándose para quedar junto a Ángela.
-Por supuesto detectives, síganme –dijo levantándose de un salto y aproximándose a la puerta.
Ambos lo siguieron, seguros de que tendrían más suerte y encontrarían algo allí abajo que pudiera ayudarlos. Aquellos almacenes eran demasiado grandes, los pasillos zigzagueaban y tenían poca luz, cualquier persona de la calle no habría encontrado aquel lugar con facilidad… Pero antes de sacar alguna conclusión precipitada tenían que inspeccionar el lugar y asegurarse de que no había nada de lo que preocuparse.
Cuando el señor Strekings abrió la puerta, un tufo a pies sudados mezclado con un intenso olor a colonia barata inundaron el ambiente, aquel olor podría marear a cualquiera… o hacerlo vomitar, todo era muy posible.
-La taquilla del señor Oliver era aquella, la del final –indicó el trabajador.
Ambos detectives se acercaron con decisión, parecía estar entreabierta, pero aquello no indicaba nada, muchas de ellas no estaban cerradas, símbolo de que sus dueños o eran muy estúpidos o confiaban en sus compañeros al 100%.
Al abrir la puerta de la taquilla no hallaron nada fuera de lo común, un par de fotos de Oliver con niños, sus efectos personales: cartera, llaves y… carpetas que contenían direcciones y más fotos de niños, ¿qué significaba aquello?
-Señor Strekings, me temo que vamos a tener que llamar a la policía para que venga a investigar este lugar, -informó Stravs. –Podrían ser pruebas importantes y posiblemente encuentren alguna pista sobre el agresor del difunto Oliver.
-Necesitamos examinar la zona, así que vamos a acordonarla, -se atrevió a decir Xavier, sin dejar siquiera que el encargado hablara. –Es aconsejable que nadie entre aquí en los próximos días a la investigación, después de todo no querríamos detener a la persona equivocada, -terminó diciendo sarcásticamente.
-De acuerdo señores, no se preocupen, aquí no entrará nadie –corroboró mostrándose colaborador. -¿Puedo ayudarles en algo más?
-De hecho… sí –se apresuró a decir Stravs. –Necesitamos las cintas de las cámaras del centro comercial, también las del almacén y aparcamientos, ¿podría facilitárnoslas?
-Tendría que hablar con el jefe, pero no creo que haya ningún problema, de todas maneras me tomará algo de tiempo –añadió un poco dubitativo.
-No se preocupe señor Strekings, tiene de plazo hasta mañana por la mañana –sonrió Xavier burlón.
Para cuando los dos detectives terminaron de asegurar la zona, la policía ya había llegado allí con todo su equipo y enseguida se pusieron a trabajar en la búsqueda de pruebas. Stravs y Delgado salieron de allí, había sido una mañana movida y aquel caso parecía que les iba a dar más problemas de lo normal. Antes de marcharse, decidieron entrar a comprar el regalo de Navidad para Dámaris, con tanto jaleo casi se les había olvidado, y una vez fuera, cada uno tomó un rumbo diferente: Ángela se dirigió al colegio de su hija y Xavier, bueno, él haría lo mismo.
Durante todo el trayecto no pudo dejar de darle vueltas a la cabeza con todo lo que le había dicho Milán: la empresa SavingJob estaba inactiva desde hacía años, entonces ¿qué se suponía que hacían todavía sus furgonetas danzando por ahí poniendo alarmas? Era todo muy extraño, aunque cabía la posibilidad de que alguna otra empresa hubiera cogido las riendas del negocio, la hubiera bautizado con otro nombre y por falta de dinero estaba utilizando los vehículos con el mismo logo y nombre que la otra empresa caída.
-¡Eres un genio Stravs! –se dijo a sí misma la detective. -¿Te acabas de dar cuenta de lo estúpido que ha sonado eso? –Se preguntó mirándose al espejo retrovisor. –Debería cambiar de compañero de trabajo, esto me está afectando…
Suspiró varias veces y continuó su camino hasta el colegio, recogió a Dámaris justo a tiempo y decidieron que comerían fuera. El bullicio de la gente con las compras de última hora era agobiante, eso hacía que caminar por la acera sin estamparse contra alguien fuese toda una aventura, una aventura muy irritante y más sabiendo que todavía debía de encargar un pudding para la cena de esa noche y comprar algo bonito para su hija y ella misma.
-¿Mamá, va en serio lo de ir a cenar esta noche? –Se preguntó extrañada la chiquilla.
-¡Claro que sí! –Exclamó frunciendo el ceño. Su hija no la creía. –Solo que hay un pequeño cambio de planes…
-¿Veré los Jardines Kensington por la tele? –Interrumpió la chiquilla con sarcasmo.
-¡No! Sigues sin creer que vaya a cumplir lo que te dije –se abrumó la detective. –Eso está muy feo Dámaris.
-Lo sé y lo siento… pero no puedo evitarlo, me has prometido siempre tantas cosas y después las has incumplido que me extraña sobremanera que esto vaya a salir bien, seguramente que al llegar a casa te quedarás dormida en el sofá…
-A ver escucha, -empezó a decir Ángela, deteniéndose y arrodillándose junto a su hija. –Es cierto que he incumplido hasta ahora todo lo que he dicho, pero quiero que estas navidades sean especiales para ti y para mi; quiero llevarte a sitios que antes no hayas visto, quiero que salgamos las dos juntas y vayamos en Año Nuevo al Big Ben con la abuela y veamos como se encienden todas esas luces para recibir al nuevo año como se merece y por eso el cambio de planes de esta noche es que no estaremos solas…
-¿Qué? –Se extrañó Dámaris, frunciendo el ceño.
-¿Te acuerdas de Michael? Es el hij…
-El hijo de tu compañero Xavier –la interrumpió nuevamente emocionada, -¿vamos a ir a cenar con ellos?
-Si… nos esperan a las 8 en casa para cenar y después iremos a los jardines –añadió Ángela sonriendo. –Así que volvamos pronto, que tenemos que hacer pudding, -comentó poniéndose en pie y echando a andar cogiendo la mano de su hija.
-¡Mamá! –Exclamó deteniéndose. –Mejor cómpralo…
Ni siquiera a su propia hija le gustaban sus comidas… bueno, no la culpaba, ni ella misma era capaz a veces de comérselas.
Hacia las 20:10 de la tarde, o mejor dicho, de la noche, Ángela Stravs y su adorable hija Dámaris, se adentraron en el municipio de Harrow, lugar de residencia de Delgado, algo retirado del trabajo y de la escuela de su hijo para su gusto, pero al fin y al cabo un lugar tranquilo donde poder estar. La ciudad estaba iluminada con las luces de la Navidad y los chicos disfrazados de Papá Noel, contratados por el ayuntamiento, repartían caramelos a los niños en las calles centrales. Era una imagen muy pintoresca y la cara de asombro de su hija no tenía precio, sin duda alguna aquella noche iba a ser especial.
Al bajar del coche, Ángela notó que su pequeña no podía dejar de sonreír y cuando subieron al noveno piso, sin ascensor, en donde vivían Xavier y Michael, Dámaris corrió junto al chico a su habitación a jugar a la consola.
-¡Qué tardonas! –Se quejó Delgado cerrando la puerta tras de sí.
-Si… claro… -replicó Ángela, intentando tomar aire. –Acabo de recordar… porqué no vengo a visitarte… -Bromeó, pues ella era más de escaleras que de ascensor.
-Ya que no vas al gimnasio… eso te sirve para hacer ejercicio –sonrió él malévolamente.
-¡Insinúas que estoy gorda! –Exclamó haciendo aspavientos con las manos.
-No, solo que estás en baja forma –Delgado parecía de buen humor, incluso se había afeitado, raro en él con lo vago que era…
Desde que su mujer los había abandonado por otro, Xavier había estado haciéndose cargo de su hijo, su ex esposa apenas aparecía una vez al año y todo era para reclamarle dinero por una deuda que tenía desde hacía más de 5 años con su otro marido; a lo que Delgado siempre le respondía con un “búscate la vida” y un portazo en las narices. Ni siquiera preguntaba cómo estaba Michael o si le iba bien en el colegio, si necesitaba ropa o comida. ¿Para qué? Al fin y al cabo nada más nacer quiso darlo en adopción, ¿cómo fue lo que dijo? ¡Ah, sí! “Había sido un error de cálculo, aquello no debería de haber pasado”. Realmente era una bastarda. Y el chico no la echaba de menos. Eso era lo mejor. Había crecido sin su cariño, sin su afecto y aunque jamás Xavier le dijo al pequeño que su madre no lo quería, parecía comportarse como cualquier niño normal cuando ella hacía acto de presencia. Ángela se dio cuenta de lo feliz que era aquel niño con su padre y no pudo evitar mirar a Dámaris… La adoraba, era su vida entera, pero por una u otra razón siempre había sido muy descuidada con ella. Había días que ni la veía porque cuando llegaba del trabajo era demasiado tarde como para despertarla y solo podía admirar su rostro mientras dormía y escuchar aquellos ruiditos que hacía cuando soñaba.
Pasaba casi todo el día sola…
Eso no me lo perdonaré jamás.
Se decía que cuando llega el Año Nuevo la gente se hace nuevos propósitos para llegar a alcanzar nuevas metas y  sentirse realizados y bien. Quizás ella lo hiciera, quizás ella se hiciera la promesa de hacer que su hija llevase una vida mejor, pero ella no iba a esperar cinco días más, empezaría esa misma noche.
ααα
Se adentraron en la feria medieval de muestras, aquel año era especialmente grande y con atracciones que jamás habían visto, sin duda alguna el ayuntamiento no había escatimado en gastos, como casi siempre, pero aquello era todo un detalle que pagarían los ciudadanos cuando éste subiera los impuestos.
-Y bien, ¿has estado pensando en el caso? –Le preguntó Delgado, dándole un sorbo a su chocolate caliente, mientras observaba cómo los niños daban saltos en el castillo hinchable.
-Si te dijese lo contrario te estaría mintiendo –afirmó ella sonriendo.
Ángela explicó a su compañero todo lo que creía acerca de aquél tema y él hizo lo mismo; cabía la posibilidad de que SavingJob estuviese actuando como una empresa clandestina, es decir, seguía con sus actividades: poniendo alarmas, revisiones del servicio técnico y demás, pero detrás de todo aquello también podría ocultarse una razón mayor para que llevase sin pronunciarse y ocultando sus actividades durante tantos años. Por ahora todo lo que sabían era que había cometido un fraude al no pagar sus impuestos, más que suficiente como para cerrarla durante una buena temporada, hasta que liquidaran todo lo que debían.
-¿No huele raro? –Se extrañó Ángela, interrumpiendo de golpe la conversación.
Xavier dejó el parloteo y prestó atención a lo que su compañera decía.
-Parece… gas, ¿no?
Unos gritos un poco más allá de donde estaban los alarmaron, parecían provenir del lugar en donde estaba el globo aerostático y sin dudarlo ni un momento, Stravs y Delgado corrieron a por sus hijos, al mismo tiempo que una llamarada de fuego iluminaba toda la feria por completo.
-Perdone, perdone –decía una y otra vez Ángela empujando a la gente de su camino para llegar hasta el castillo hinchable. -¡Dámaris!
Gritaba una y otra vez intentando visualizar la pequeña figura de su hija.
-¡Maldita sea! ¿Dónde se han metido? ¡Michael! ¡Michael!
Pero ninguno de los dos respondió y cuando las luces de los jardines se apagaron y aquella feria medieval quedó totalmente a oscuras, lo único que pudieron escuchar ambos detectives eran los gritos de desesperación y terror de miles de personas que parecían no estar allí. Voces lejanas que los aturdían y empujaban hasta hacerlos caer. El mundo no quería que los encontraran, el mundo había decidido que así fuese el comienzo de esta historia y bajo aquél cielo resplandeciente y tenebroso fue cuando lo irreal comenzó a mezclarse con lo real.
La magia había aparecido… el 24 de diciembre.