Prólogo
1788
Norte
de Salysbury, en el actual condado de Wiltshire, Inglaterra.
La hierba se hunde
bajo mis pisadas. Temo que en cualquier momento pueda caer y que ellos me
atrapen, pero aún así sigo corriendo, correré hasta que me falte el aliento,
hasta que mis pulmones digan basta o hasta que la divina mano de los dioses me
toquen para protegerme.
Puedo escucharlos
correr detrás de mí, casi puedo sentir sus respiraciones agitadas en mi nuca…
Me van a coger y cuando lo hagan, me llevarán al círculo de sacrificios y me
ofrecerán como regalo a la precursora de la maldición; para que ella decida si
quiere dejarlos vivir al menos una década más bajo aquella voluntad impuesta,
que lograba sosegar la avaricia y la sed de poder por un tiempo relativamente
corto… Todos aquellos malvados luchan para que la maldición no se rompa,
todavía no, aún no consiguieron su objetivo y el rey… él prefiere seguir
viviendo un tiempo más atenazado por aquella garra invisible que, más tarde o
más temprano, lo conducirá a un destino desalentador…
Y yo, presa del
pánico, corro como una condenada a refugiarme a un lugar que no me pertenece y
al cual fui enviada con una misión concreta que hace mucho tiempo que olvidé. Ya
no recuerdo nada y no sé porqué… este mundo llamado Tierra es horrible.
Este no es mi
sitio… Esta no soy yo…
Por
favor…
Tengo que llegar al
pueblo… ellos pueden ayudarme, darme cobijo… detener a esos asesinos.
El bosque se acaba
y hasta la aldea solo queda un extenso camino de hierbas y piedras afiladas
que, en cualquier otra circunstancia, parecería menos largo de lo que es, pero
que ahora parecía interminable.
Las luces de las
casas se ven, las antorchas de la entrada al pueblo iluminan parte de un camino
empedrado que guía a las gentes hasta el empezar de la ladera y yo, recorro el
poco trecho que me queda haciendo acopio de las pocas fuerzas que aún residen
en mi ser. Ya no siento los pies, no sé si soy yo la que está corriendo o
alguna fuerza extraña me lleva en peso. Noto como unos terribles pinchonazos se
apoderan de los músculos de mis piernas dejándolas atrofiadas y como el pecho
me arde al intentar coger grandes bocanadas de aire para poder subsistir hasta
ponerme a salvo y pronto, casi sin darme cuenta, logro cruzar el arco de la
entrada al pueblo.
Todo está oscuro,
¿y mi casa? ¿Mis padres? Mi… hermano, ¿dónde está mi hermano? ¿Nadie se ha dado
cuenta de que he desaparecido? ¿Dónde está la gente?
Desesperada miré
atrás, siempre me han dicho que jamás mire atrás… y fue lo peor que pude hacer:
estaban allí… y las antorchas se apagaban a medida que iban avanzando, pero
nunca se hizo la oscuridad. No había estrellas en el cielo, tampoco la luna nos
mostraba hoy su resplandor plateado… era la magia la que nos iluminaba, ella
sería la única testigo de mi asesinato y la única que jamás podría hablar.
Logré encontrar mi humilde
morada y entrar dando traspiés.
-¡Padre! ¡Madre!
¡Están aquí!
¿Dónde
están?
No había nadie
allí, ¿dónde estaba la única familia que había creído tener durante todo este
tiempo en este mundo? Esto no podía estar pasando, solo era una pesadilla.
Las maderas de la
entrada crujen, la puerta se abre y la estancia queda iluminada. Deshecha y
exhausta caí al suelo sin poder evitarlo, lo único que podía hacer era intentar
mirar a los ojos a aquellas personas con dientes brillantes que habían venido a
marcar mi destino, un destino del que jamás conseguiría librarme.
-Las niñas buenas…
no huyen –murmuró una voz aproximándose desde atrás y asiéndome por los brazos
para levantarme del suelo. –Siempre te has portado bien… ahora, debes servir al
rey SemyLeón.
¿Qué
rey? ¿De qué hablan? Esa voz… había convivido con el enemigo desde el
principio.
A rastras, me
sacaron de mi hogar y con una última mirada al lugar en donde había vivido
desde que tenía memoria: recé… recé para que un día pudieran encontrarme, clamé
a los dioses para que algún día lograran romper el hechizo que ataba a aquel
maldito pueblo desde hacía siglos y sobre todo lloré, lloré por no poder elegir,
pataleé porque siempre iba a ser presa de mi destino, uno que yo no había
pintado, un destino que habían trazado sin que yo formara parte de aquel plan y
al que jamás pondrían final.
-No te resistas
–bufó mi captor, agarrándome más fuerte. –El círculo nos espera, la magia… se
está mezclando con el mundo y los humanos están tan ciegos que jamás la verán…
-¿Y usted… qué es
padre? –Era una de las personas que más había querido en toda mi vida, pero a
la que ahora odiaba con todas mis fuerzas. -¿Acaso no eres también un humano?
No obtuve ninguna
respuesta, sabía que lo había herido… pero jamás podría ser más de lo que él me
había hecho a mí…
Noté cómo el final
se aproximaba y mientras me deslizaban por la fría piedra y me ataban de brazos
y pies, solo pude pensar en una cosa: en lo feliz que había sido y en lo corta
que había resultado ser mi vida y por extraño que pareciese todo aquello, sabía
que debía viajar, sabía que debía volver, pero no recordaba a qué lugar, solo
se escuchaba el clamor de la batalla y a alguien conocido gritar mi nombre a
través de una puerta de madera con barrotes que denotaba ser de una celda.
El miedo empañaba
mi visión y cuando empezaron los cánticos y el olor de los pétalos de las
amapolas, que arrojaron sobre mí me adormecieron, sólo podía preguntarme qué
clase de atrocidades harían conmigo.
-¡Duérmete! –Me
ordenaba la ansiosa voz de mi padre. – ¡Duérmete! –Repetía una y otra vez
mientras los druidas comenzaban a danzar en torno a la roca y sus movimientos y
voces sonando al unísono me mareaban.
Una voz lejana se
escuchaba, gritaba en mi interior y casi podía notar cómo me arrancaba la vida
sin que pudiera hacer nada.
-Dilo…
Escuché murmurar la
lejana voz de mi padre.
-¡Dilo!
Me ordenaba cada
vez más con más ahínco, más eufórico… y esa voz… por favor que se calle,
cállate, ¡CÁLLATE!
No podía hablar.
¿Porqué no?
-Dilo… ¿dónde
estás?
Otra tierra… las
nubes… todo estaba devastado…
-¿Dónde estás?
¡Maldita sea! –Gritó histérico el druida mientras zarandeaba mi cuerpo inerte.
-Etherinia…
estoy en Etherinia.
Y entonces ya nada
importó. No importaba que ya no respirase, tampoco que mi corazón hubiera
dejado de latir… hoy era 31 de Diciembre.
Capítulo I
24 de Diciembre
Hoy la gente se levanta feliz, es
Noche Buena, y el día de Navidad está próximo. Hay personas que adoran estas
fechas, ya sea por ver reunida a la familia o porque son una excusa perfecta
para sacar la cartera y dar rienda suelta al consumismo y a la compra impulsiva
de una ingente cantidad de caprichos que no necesitamos y de regalos que, más
que nada, son por compromiso. Pero la gente es feliz, y creen que por un día
pueden olvidar todas aquellas diferencias que los ha separado de su familia
durante todo el año. Pero este… no es el caso de Ángela Stravs. Una mujer
joven, atractiva e inteligente como la que más, podría decirse que incluso a
veces demasiado seria, pero qué más da, es la salvadora de Londres. Nadie la
conoce, excepto sus amigos y bueno… quizás también quien lea el periódico de
sucesos. No, no está muerta, solo es detective y muy buena, por cierto.
Trabaja cerca del
Tribunal Central Penal, más conocido como el Central Criminal Court, con unas
vistas preciosas a lo que viene siendo el bar de copas donde su capitán va a
emborracharse todos los días con el alcalde Steven Forx. No hay nada mejor
después de un duro día de trabajo, ¿no?
Las influencias
mueven el mundo, pero nunca resuelven casos… solo ayudan un poquito.
Y el hecho de
levantarse a las 6:00 de la mañana un duro día del frío invierno para atrapar a
los malos y volver a casa para descansar casi a la hora de levantarse de nuevo…
no desanima a nadie, bueno, al menos no a la detective Stravs.
-¿Qué tenemos hoy
Milán?
No siempre llegaba
la primera, pero sus compañeros la respetaban como si fuese la manda más, era
genial en su trabajo.
-Dos heridas de
bala, de calibre pequeño…
-Un 22, sí. –Afirmó
poniéndose los guantes, mientras se agachaba junto a la víctima.
-Una a la altura de
la arteria femoral y otra directa al corazón, -continuó el detective Milán. –No
hay sangre…
-Lo cual indica que
no murió aquí. –Concluyó Stravs buscando indicios de violencia en el cuerpo.
-Tampoco hay rastros de sangre en el suelo, así que no fue arrastrado.
-Hay marcas de
ruedas un poco más allá, Ángela –interrumpió el detective Xavier Delgado, el
eterno compañero de la señorita Stravs, mientras se limpiaba el talco de los
guantes de su carísimo abrigo de Tommy Hilfiger.
-Bien –dijo
poniéndose en pie y quitándose los guantes. –Que se lleven el cuerpo para
hacerle la autopsia, no es muy difícil adivinar de qué murió, pero podríamos
estar equivocados. Quiero que analicen las marcas de ruedas del suelo, posibles
coches que podrían llevarlas y qué tipo de vehículo es. –Stravs se dirigía al
coche, llevaba prisa, eran las 7.30 de la mañana… llegaría tarde.
-¿No se te olvida
nada? –Le gritó Delgado desde atrás.
-Coged las cintas
de las cámaras de las calles, de las tiendas y preguntad a los vecinos de los
edificios si anoche escucharon, vieron u oyeron algo extraño o fuera de lo
normal –dijo de forma atropellada abriendo la puerta de su Volkswagen Passat y
arrancando.
-¿Dónde vas con
tanta prisa? –La paró Delgado colocando una mano en la ventanilla. –El capitán
querrá vernos.
-El capitán puede
esperar, ¿te apartas?
-¿Algo más?
–Preguntó sonriendo sin apartarse del cristal.
-Busca todas las
tiendas de armas que haya por la zona y pregunta en cuantas se ha comprado
recientemente o en los últimos seis meses un calibre 22… ¿Qué soy tú niñera?
Ángela giró el
volante bruscamente, obligando a Xavier a apartarse para no ser atropellado. A
veces solía ser un poco borde… bueno, demasiado borde, no hay que negarlo, pero
todo tenía explicación. La única persona a la que jamás podría hacer esperar
era a su hija Dámaris, una chiquilla de 8 años, demasiado inteligente para su
edad, y que, por supuesto, entraba en el
colegio a las 8:15, y que posiblemente llegaría tarde otra vez y, como era
habitual, Ángela tendría que volver a disculparse ante su jefe.
ααα
-¿Porqué todos los
días llego tarde? –Preguntó Dámaris nada más subir al coche mientras su madre
le ataba el cinturón de la silla.
-Lo siento
princesa, los malos no tienen horarios… procuraré que no vuelva a pasar,
-añadió su madre a modo de disculpa.
-Ayer dijiste lo
mismo –replicó Dama, mirando por la ventanilla mientras pasaban por delante de
la Torre de Londres.
-Perdóname, sé que
no estoy demasiado tiempo en casa, pero de verdad que procuraré compensártelo.
-Eso también lo
dijiste ayer –añadió la chiquilla decepcionada.
Ángela frunció el
ceño, odiaba que su hija tuviera razón y que ella, por más que lo intentase,
solo pudiera ofrecerle una patética vida del piso al colegio y del colegio al
piso. Era una niña, tenía que salir a jugar al parque, ir a la feria, estar con
niños de su edad… ¿Cuántas veces había hecho eso en ocho años? Quizás… un par
de veces. Ni siquiera hacían cena de Navidad y la abuela solo venía a
visitarlas en Año Nuevo. Dámaris solo había visto los fuegos artificiales por
televisión, las fuentes de los parques brillar desde la ventana de su
habitación y nunca conseguía tener el regalo perfecto que ella quería por
Navidad, Santa siempre le traía lo equivocado.
-¿Qué te parece si
esta noche hacemos algo especial? –Preguntó la detective a su hija, mirando por
el retrovisor del coche para ver su expresión.
-¿Te refieres a ver
la televisión mientras comemos palomitas y tostadas de mantequilla de
cacahuete?
-No… Es Noche
Buena, podríamos ir a cenar a algún restaurante, al que tú quieras y después ir
a los Jardines Kensintong, he oído que hay por allí una feria medieval, como
las que ponen por la tele, y hay muchas funciones con guiñoles que cuentan
leyendas de Londres… ¿Qué te parece? –Preguntó esperanzada Ángela, haciendo maniobras
con el volante para aparcar el coche frente al colegio. Después se volvió y
miró a su hija sonriendo.
Dámaris la miró
extrañada, ¿de verdad aquellas palabras habían salido de su madre? ¡Imposible!
-Me parece mamá…
que duermes demasiado poco –murmuró quitándose el cinturón y bajándose de la
silla. Se acercó a Ángela y la besó en la mejilla.
-¿No… te ha gustado
la idea? –Preguntó confusa la mujer.
-La idea me ha
encantado… otra cosa es que puedas cumplirla…
Y con las mismas
Dámaris salió del coche y subió corriendo las escaleras que daban al Hall de la
entrada de su colegio, dejando a su madre algo confundida.
Stravs volvió a
arrancar el coche y con un suave movimiento volvió a girar rumbo a la
comisaria, lugar al que debería de haber llegado hacía ya una hora. Fue
lamentándose por todo el camino, era inevitable, pero a la vez deseaba dejar de
hacerlo para poder centrarse en el caso de ese día. Cuanto antes terminara el
trabajo antes podría volver a casa, seguramente a Dámaris tampoco la
sorprendería si ella misma cocinase para las dos, sus comidas estaba tan buenas
como una piedra del Támesis mojada en chocolate a primera hora de la mañana.
Era realmente un desastre en la cocina y si encargaba comida su hija se daría
cuenta, así que era mejor salir a comer fuera. Luego estaba el tema de la ropa,
¿qué demonios iban a ponerse las dos? Salían tan poco a cualquier acto, reunión
o fiesta, que no tenían nada en condiciones para ponerse en ocasiones
especiales y seguramente la abuela insistiría nuevamente para ir a celebrar el
fin de Año al Big Ben. ¿Cuánto tiempo llevaba dándole largas?
-Casi desde que
nació Dama…
Se respondió a si
misma apoyando la frente en el volante. Llevaba parada frente a la comisaría
casi dos cuartos de hora y ni siquiera se había dado cuenta, pero ya era hora
de entrar y de llevarse la reprimenda del capitán. Necesitaba aclararse las
ideas, su vida no era nada fácil, pero tampoco tenía derecho a complicársela
más a su hija… cumpliría lo prometido, le costase lo que le costase, pero
ahora…
-¡Stravs! –Le gritó
Simon Beckan, haciendo aspavientos con las manos para que se acercara más
deprisa.
-Perdone el retraso
señor, había un tráfico horrible y…
-Sí, sí, sí, sí… un
tráfico horrible, las calles estaban llenas de hielo, a mi hija se le olvidó la
mochila… Bla, bla, bla… Las mismas excusas de ayer y antes de ayer –replicó el
capitán pasando el brazo por encima de sus hombros y conduciéndola hasta la
mesa de trabajo. –Eso no es lo que me interesa ahora, lo que de verdad importa
en este momento es el caso que tienes entre manos, así que a trabajar y a
resolverlo cuanto antes.
Ángela parpadeó dos
veces sentada en su comodísima silla de terciopelo negro del año la pera y miró
a Milán con ojos interrogativos.
-El alcalde ha
llamado, al parecer los periódicos, no precisamente de sucesos, quieren
escribir dando las gracias a la policía londinense por su gran trabajo.
-Genial, tendremos
a un montón de cotillas durante… ¿cuánto? ¿2? ¿3 horas?
-En realidad… es un
reportaje –admitió Xavier, sentándose en una silla a su lado. –Supongo que
serán días…
-¿Qué?
-Hemos cotejado las
huellas marcadas por las ruedas en el suelo, -interrumpió Milán, haciendo caso
omiso de la pregunta de Ángela. –Por el diámetro del dibujo y lo marcadas que
están, hemos podido comprobar que eran nuevas y por la separación entre ellas
es imposible que pertenezcan a un coche tipo turismo.
-Con lo cual
estamos hablando de una furgoneta –afirmó Stravs retrepándose en su asiento.
-Exacto, una
furgoneta Renault Trafic de 200 caballos, color amarilla –confirmó el inspector
delgado.
-¿Vieron algo los
vecinos? –Preguntó Ángela esperanzada.
-Y las cámaras de
la zona también –añadió el detective colocando un portátil con las imágenes de
lo que las cámaras habían grabado: viéndose a un asesino poco profesional,
literalmente, empujar el cuerpo al suelo de una patada.
-Espera, acerca la
imagen –ordenó la mujer. -¿Ves este logo? Es de una compañía de seguridad.
-¿Cómo lo sabes?
–Preguntó Milán.
-Intentaron
timarme…
-Uuuhh, ¿te pusiste
dura con ellos?
-No tengo tiempo
para juegos Xavier, -bufó la mujer poniéndose en pie. –Milán averigua la
dirección de esa empresa, iremos a hacerle una visita al propietario. ¿Sabemos
ya quién es la víctima?
-¡Estaba deseando
que lo preguntaras! –Exclamó Delgado levantándose agitado. –Se llama Oliver
Santa Cruz…
-¿El que hace de
Papá Noel en el centro comercial? –Se sorprendió Ángela, alzando mucho las
cejas.
-Sí, pero eso no es
lo mejor; la víctima conocía a su asesino. ¿Recuerdas los dos tiros al lado de
la femoral y el corazón? Bien, pues al parecer el cuerpo no presentaba signos
de violencia, todo indica que la víctima llevaba otra ropa a la hora de su
muerte, pues el pantalón que tenía puesto no tenía perforaciones ni de entrada
ni de salida. –Explicó Xavier algo eufórico, siempre le pasaba lo mismo con los
casos nuevos. –El primer examen superficial indica que la bala rozó la femoral,
suficiente como para que se desangrara y muriera, pero lo que realmente le mató
fue la bala directa al corazón.
-Impresionante, -se
burló Stravs sonriendo. –Consigue las cintas de las cámaras del centro
comercial y habla con el encargado, quizás sepa algo.
-Estupendo, ¿vienes
conmigo?
-Ahm… no puedo,
acabo de recordar que tengo que estar en otro sitio ahora mismo… -Dijo Ángela
un poco agitada.
-¿Te preocupa algo,
verdad? –Preguntó Xavier alcanzándola antes de que saliera.
-No es asunto tuyo…
-¡Venga ya! Somos
compañeros desde hace más de siete años, ¡te conozco mejor que tu suegra!
Ángela lanzó una
mirada de odio a Delgado que lo hizo retroceder, pero tenía razón, igual él
podía ayudarla.
-¿Qué compras a una
niña de ocho años en Navidad? Algo que le guste, con lo que sea feliz… algo que
acierte con lo que quiere…
-Pues… no sé
Ángela…
-Oh venga… tú eres
padre.
-Sí, de un niño… Un
chiquillo que quiere el fantástico coche de Batman y un Spiderman que lanza
telarañas de verdad… Ángela, todas las niñas quieren ahora las muñecas esas
feas de los dibujos, ¿cómo se llaman? Monsters horrípidas no sé qué…
-¡Monster High!
¡Eres un genio! –Exclamó sin poder evitarlo, pero rápidamente recuperó la
compostura. –Y… bueno, ¿conoces algún restaurante cerca de los Jardines
Kensington?
-¿Vais a ir a cenar
fuera? ¡Vas a tirar la casa por la ventana! –Se sorprendió Xavier. -¿Porqué no
venís a casa? Michael y yo estaremos solos este año.
-No… sería
demasiado.
-Vamos, podría ser
divertido, además creo que Dámaris necesita jugar con niños de su edad.
-La verdad es que…
-Dicho y hecho
–sentenció el detective sin dar tiempo a la mujer a que respondiera. –Luego
podremos ir a los jardines, te espero a las 8 en mi casa, -añadió mientras se
iba alejando hacia su coche. –Y trae pudding…
-Espera… yo no…
Genial. Realmente
genial. En serio… ¿tenía que hacer pudding? ¡Já!
Ángela no se lo
pensó más, debía ir a comprar alguna de esas muñecas, no sabía si realmente le
gustarían a Dámaris, pero lo que sí sabía es que las veía todos los días por
televisión y no despegaba los ojos de la pantalla hasta que terminaban. Estaba
segura de que esta vez acertaría con el regalo…Y la idea de ir a cenar con
Xavier y su hijo tampoco era mala del todo, pero hacer pudding… ¡Puaj! Lo
compraría en algún sitio, no iba a perder el tiempo en la cocina pudiendo estar
de compras con su hija, además… tampoco quería ser la responsable de que se le
cayeran a Michael todos los dientes de leche antes de tiempo.
Paró en uno de los
semáforos que había de camino al centro comercial, ¿cómo había sido tan
estúpida? Xavier y ella podrían haber ido en el mismo coche, al fin y al cabo
iban al mismo lugar…
-En fin…
Al llegar al centro
el detective la estaba esperando, no sabía porqué pero en su rostro se dibujaba
la misma expresión que seguramente habría tenido ella cuando se dio cuenta del
error… pero bueno, así podría ir a recoger a Dámaris nada más salir de allí.
-¿Te has fijado?
–Preguntó éste nada más verla.
-¿En qué?
-Ohhh, realmente
estás preocupada hoy, nunca te había visto así –se burló Xavier, echando su
brazo por encima de Ángela, del cual ésta se deshizo con un espectacular
movimiento serpenteante.
-Como vuelvas a
hacer eso, te prometo que ese ridículo chaleco antibalas que llevas solo te va
a servir de colador la próxima vez que quieras hacer sopa de letras y decidas
poner tu nombre en los agujeros de bala para taparlos–amenazó con una sonrisa
irónica. -¿En qué debería de fijarme?
A veces, la
paciencia de la detective Stravs no era una de sus virtudes más notables y solía
perderla bastante a menudo, sobre todo cuando se encontraba en compañía de
Delgado.
-Mira allí –dijo
cogiéndola de la barbilla para girarle la cabeza en dirección a los grandes
almacenes del centro comercial.
-¡Una furgoneta
amarilla!
-¡Qué casualidad!
La empresa SavingJob trabajando en la seguridad del centro comercial, justo
donde asesinan a uno de sus trabajadores, ¿coincidencia?
-¡Vamos cállate! No
existen las coincidencias y tampoco las casualidades, -lo reprendió Stravs.
–Además, no estamos seguros de que nuestro sujeto muriera aquí.
-10 pavos a que
murió mientras se cambiaba de ropa –sonrió Xavier enseñando todos los dientes.
-¿Qué… pero…?
¡Estamos hablando de una persona Xavier! ¿Cómo puedes…?
El detective
Delgado se llevó una mano al rostro de forma dramática.
-¡No tienes sentido
del humor! –Se quejó frunciendo el ceño.
Ángela Stravs se
adelantó sin siquiera mirarlo, si pasaba un solo segundo más con él acabaría
pegándole un puñetazo, que haría que probablemente pasara la noche de Navidad
con la nariz rota.
Ambos detectives se
aproximaron hacia la salida de los almacenes, no había nadie, solo estaba la
furgoneta de la aseguradora y antes de entrar en el centro comercial la
examinaron detenidamente. El tipo de ruedas parecía coincidir, no parecían muy
gastadas por lo que probablemente hubieran sido cambiadas recientemente. Solo
quedaba mirar su interior…
-¡Eh! ¿Qué hacen?
–Exigió saber una voz que provenía desde el almacén.
-Detectives Stravs
y Delgado –se apresuró a decir Xavier, sacando la placa al mismo tiempo que
Ángela. –Estamos investigando un asesinato. ¿Es responsabilidad suya esta
furgoneta?
-Hasta las 13:30
sí, trabajo de turno de mañana –respondió el chaval, que no aparentaba tener
más de veinte años.
-Entonces supongo
que podremos echar un vistazo a lo que tiene ahí detrás, ¿verdad? –Preguntó
Stravs girando sobre sus talones para aproximarse a la puerta del vehículo.
-Sí… claro que sí,
-respondió algo cohibido.
Al abrir las puertas
de la parte trasera del furgón no hallaron nada. Registraron durante un buen
rato buscando indicios de que allí hubiera habido algún fiambre en algún
momento, pero nada: ni un rastro de sangre, ni un cabello, ni siquiera un hilo
que se hubiera desprendido de la ropa.
-Dice que hoy tiene
turno hasta las 13:30, ¿verdad? –Preguntó Ángela saltando de la parte trasera
del vehículo.
-Si, así es…
-respondió el chico cada vez más asustado.
-Bien… ¿dónde
estuvo ayer hacia las 13:30 y 3:00 de la madrugada, señor Finnegan? –Quiso
saber la mujer.
-¿Cómo sabe mi
nombre? –Preguntó algo horrorizado.
-Lo pone en su
plaquita, -¡Será imbécil! Pensó
Ángela frunciendo el ceño. –Y ahora responda.
-Siempre que
termino de trabajar regreso a casa con mi familia, -explicó Finnegan un poco
aturullado. –Por la tarde salí con mi hermana de seis años a comprar al súper y
después cuando regresé ya no salí más de casa.
-¿Puedes confirmar
tu coartada? –Preguntó Xavier apareciendo detrás de la mujer.
-¡Claro! Mis padres
estuvieron conmigo y… y… la chica del súper me vio, pueden preguntarle a ellos,
tengo el ticket de la compra.
-¿Alguien más de la
empresa en la que trabajas te acompaña o te ayuda? –Quiso saber Delgado.
-No siempre venimos
a los mismos sitios, hay mucha gente que contrata nuestro servicio de alarmas,
normalmente soy yo el que cubre esta zona, pero ayer falté al trabajo las dos
últimas horas; tenía cita para el médico y mi compañero Jaime Lian me cubrió.
-¿Tu compañero
Jaime Lian? –Se extrañó Xavier.
-Sí, él trabaja por
la zona de Brent y se ofreció muy amablemente a venir hasta aquí.
-Está claro que no
llevaba esta furgoneta, ¿verdad? –Volvió a preguntar Ángela mirando de soslayo
a su compañero.
-No, cada técnico
lleva la suya…
-De acuerdo señor
Finnegan, puede continuar haciendo su trabajo. Gracias por colaborar con la
policía de Londres.
-No hay de qué…
para servir, señora.
Ángela no dijo nada
más y decidió adentrarse en el almacén junto a Xavier, sabía que aquél chico
era inocente; su tranquilidad y seguridad mezcladas con ese sudor frío, que
todo ser humano experimenta cuando están a punto de acusarlo de algo que no
había hecho, delataba que no había tenido nada que ver con aquél asesinato.
No sabían muy bien
qué encontrarían ahí adentro, pero su intuición les decía que sería algo muy
importante, algo que sería decisivo para llevar aquel caso hasta el final,
quizás alguna prueba importante, un sospechoso que realmente tuviera alguna intención
oculta… era difícil saberlo, pero siempre había alguien, el crimen perfecto no
existía.
Stravs sacó el
móvil y marcó el número de Milán, si él llegaba a la comisaría antes que ellos,
podría buscar información sobre el supuesto compañero de Finnegan. Sí, Jaime
podría ser su hombre; el asesino de Oliver Santa Cruz, pero antes necesitaban
saber dónde vivía, tener alguna prueba que lo inculpara; como lo era por
ejemplo la furgoneta que utilizó para llevar el cuerpo.
-¿Milán? ¿Has
encontrado algo? –Preguntó rápidamente Stravs, atravesando un pasillo demasiado
oscuro para su gusto.
-He estado en
SavingJob o lo que queda de ella, regresé a la comisaría hace casi una hora y…
no te vas a creer esto Stravs, -añadió el detective con tono preocupado.
-¿Qué ocurre Milán?
¡Suéltalo! No tengo todo el día, -la frustración y la intriga no eran buenos
compañeros…
-La empresa lleva
cerrada casi 16 años, su nombre sigue existiendo, pero según la base de datos
de comercios… lleva inactiva ese tiempo, -explicó Milán, casi sin creerse ni él
lo que había descubierto. –He estado allí, está todo en ruinas, no queda nada
de lo que fue el gran edificio y no se ve ningún tipo de actividad.
-Entonces… si está
inactiva, ¿quién demonios es el que mueve los hilos para que la gente siga
contratando esas alarmas? –Se preguntó más para sí misma que para los demás.
–Tiene que haber gato encerrado Milán, Xavier y yo hemos estado hablando ahora
con uno de sus empleados y nos ha dado un nombre: Jaime Lian. Investiga sus
antecedentes, consigue todos sus datos y localiza al dueño de la empresa
SavingJob, esto se está complicando.
-Entendido, nos
vemos más tarde Stravs.
-¿Qué ocurre? –Preguntó
Delgado intrigado.
-Luego te lo
explico, ¿has encontrado al encargado?
-Uno de los
trabajadores me ha dicho que está en las oficinas de arriba, así que vamos –la
apremió el detective.
Stravs y Delgado
subieron las escaleras, ese día los nervios estaban a flor de piel y los
trabajadores iban de aquí para allá, pero bueno era normal, aquello era un
almacén, presuponían que tendrían encargos a raudales teniendo en cuenta las
fechas en las que se encontraban y las furgonetas y camiones de reparto estarían
fuera yendo y viniendo durante todo el día, dando viajes para cumplir con sus
cometidos en vísperas de Navidad.
-Perdone, ¿puedo
ayudarles en algo? –Preguntó un señor, abordándolos nada más terminar de subir
las escaleras. –La entrada al centro comercial es por el otro…
-No venimos al
centro comercial, venimos a verle a usted señor… -Delgado tuvo que fijarse muy
bien en la desgastada chapa identificativa del empleado, parecía que llevaba
bastante tiempo trabajando allí, pues parte de las letras del nombre se habían
borrado.
-Strekings, -se
apresuró a decir.
-Bien, señor
Strekings –interrumpió Ángela, tomando las riendas del asunto. –Estamos aquí
para investigar un caso de asesinato y creemos que usted puede ayudarnos.
-¿Un asesinato? –Su
rostro cambió de repente. –Perdone, ¿de quién se trata?
-El joven Oliver
Santa Cruz, más conocido entre los niños como el Santa Claus del centro
comercial, ¿sabe usted algo? –Lo instigó Xavier.
-¿El señor Oliver
muerto? –El encargado se pasó una mano por el pelo varias veces seguidas,
exudaba por todos los poros de su cuerpo. –Acompáñenme, por favor. Hablaremos
mejor en otro lugar.
Los detectives
siguieron al jefe de almacén hasta su despacho, todo estaba ordenado y
reluciente, como si alguien lo hubiera limpiado todo el día anterior.
-Esta mañana me
extrañó que no viniera a trabajar, -dijo empezando a hablar mientras se servía
un café con manos temblorosas. Hizo ademán de ofrecerles a los detectives pero
estos lo rechazaron con un grácil gesto de la mano. –Lo llamé varias veces a su
teléfono, pero nadie respondió… creía que podría haberse quedado dormido, por
eso no insistí, pero me extrañó, él siempre había sido muy puntual, adoraba a
los niños…
-¿Notó algo raro
estos días en él? –Preguntó Stravs, sentándose en una de las butacas. Xavier,
mientras, se dedicó a explorar el despacho en busca de alguna pista que pudiera
ayudarlos en el caso.
-No, claro que no…
Estaba feliz, estas fechas siempre le han gustado mucho –explicaba el
encargado. –Adoraba la Navidad, era como un niño pequeño cuando se avecinaban
estas fechas.
-¿No sabe si tenía
enemigos? –Stravs comenzó a anotar cosas en su cuaderno, aunque carecieran de
sentido, siempre procuraba apuntar cualquier cosa que luego pudiera serle de
gran ayuda.
-Que yo sepa no,
llevaba varios años trabajando en la empresa, pero jamás hablaba de su vida
privada con nadie y aquí, al menos, jamás se vio envuelto en ninguna trifulca.
-Está bien señor
Strekings, no lo entretendremos mucho más tiempo, solo necesito saber un par de
cosas más, -indicó la detective dejando de anotar en su cuaderno. –He visto que
esto es muy grande, debe de haber vestuarios, ¿no?
-Así es, están
situados abajo en el sótano, también están las taquillas de los trabajadores,
cada uno tiene una y cuando termina la jornada de trabajo bajan a relajarse o
directamente se cambian y se marchan a casa –declaró el encargado.
-¿Podría llevarnos
hasta allí? –Quiso saber Xavier, adelantándose para quedar junto a Ángela.
-Por supuesto
detectives, síganme –dijo levantándose de un salto y aproximándose a la puerta.
Ambos lo siguieron,
seguros de que tendrían más suerte y encontrarían algo allí abajo que pudiera
ayudarlos. Aquellos almacenes eran demasiado grandes, los pasillos zigzagueaban
y tenían poca luz, cualquier persona de la calle no habría encontrado aquel
lugar con facilidad… Pero antes de sacar alguna conclusión precipitada tenían
que inspeccionar el lugar y asegurarse de que no había nada de lo que
preocuparse.
Cuando el señor
Strekings abrió la puerta, un tufo a pies sudados mezclado con un intenso olor
a colonia barata inundaron el ambiente, aquel olor podría marear a cualquiera…
o hacerlo vomitar, todo era muy posible.
-La taquilla del
señor Oliver era aquella, la del final –indicó el trabajador.
Ambos detectives se
acercaron con decisión, parecía estar entreabierta, pero aquello no indicaba
nada, muchas de ellas no estaban cerradas, símbolo de que sus dueños o eran muy
estúpidos o confiaban en sus compañeros al 100%.
Al abrir la puerta
de la taquilla no hallaron nada fuera de lo común, un par de fotos de Oliver
con niños, sus efectos personales: cartera, llaves y… carpetas que contenían
direcciones y más fotos de niños, ¿qué significaba aquello?
-Señor Strekings,
me temo que vamos a tener que llamar a la policía para que venga a investigar
este lugar, -informó Stravs. –Podrían ser pruebas importantes y posiblemente
encuentren alguna pista sobre el agresor del difunto Oliver.
-Necesitamos
examinar la zona, así que vamos a acordonarla, -se atrevió a decir Xavier, sin
dejar siquiera que el encargado hablara. –Es aconsejable que nadie entre aquí
en los próximos días a la investigación, después de todo no querríamos detener
a la persona equivocada, -terminó diciendo sarcásticamente.
-De acuerdo
señores, no se preocupen, aquí no entrará nadie –corroboró mostrándose
colaborador. -¿Puedo ayudarles en algo más?
-De hecho… sí –se
apresuró a decir Stravs. –Necesitamos las cintas de las cámaras del centro
comercial, también las del almacén y aparcamientos, ¿podría facilitárnoslas?
-Tendría que hablar
con el jefe, pero no creo que haya ningún problema, de todas maneras me tomará
algo de tiempo –añadió un poco dubitativo.
-No se preocupe
señor Strekings, tiene de plazo hasta mañana por la mañana –sonrió Xavier
burlón.
Para cuando los dos
detectives terminaron de asegurar la zona, la policía ya había llegado allí con
todo su equipo y enseguida se pusieron a trabajar en la búsqueda de pruebas.
Stravs y Delgado salieron de allí, había sido una mañana movida y aquel caso
parecía que les iba a dar más problemas de lo normal. Antes de marcharse,
decidieron entrar a comprar el regalo de Navidad para Dámaris, con tanto jaleo
casi se les había olvidado, y una vez fuera, cada uno tomó un rumbo diferente:
Ángela se dirigió al colegio de su hija y Xavier, bueno, él haría lo mismo.
Durante todo el
trayecto no pudo dejar de darle vueltas a la cabeza con todo lo que le había
dicho Milán: la empresa SavingJob estaba inactiva desde hacía años, entonces
¿qué se suponía que hacían todavía sus furgonetas danzando por ahí poniendo
alarmas? Era todo muy extraño, aunque cabía la posibilidad de que alguna otra
empresa hubiera cogido las riendas del negocio, la hubiera bautizado con otro
nombre y por falta de dinero estaba utilizando los vehículos con el mismo logo
y nombre que la otra empresa caída.
-¡Eres un genio
Stravs! –se dijo a sí misma la detective. -¿Te acabas de dar cuenta de lo
estúpido que ha sonado eso? –Se preguntó mirándose al espejo retrovisor.
–Debería cambiar de compañero de trabajo, esto me está afectando…
Suspiró varias
veces y continuó su camino hasta el colegio, recogió a Dámaris justo a tiempo y
decidieron que comerían fuera. El bullicio de la gente con las compras de
última hora era agobiante, eso hacía que caminar por la acera sin estamparse contra
alguien fuese toda una aventura, una aventura muy irritante y más sabiendo que
todavía debía de encargar un pudding para la cena de esa noche y comprar algo
bonito para su hija y ella misma.
-¿Mamá, va en serio
lo de ir a cenar esta noche? –Se preguntó extrañada la chiquilla.
-¡Claro que sí!
–Exclamó frunciendo el ceño. Su hija no la creía. –Solo que hay un pequeño
cambio de planes…
-¿Veré los Jardines
Kensington por la tele? –Interrumpió la chiquilla con sarcasmo.
-¡No! Sigues sin
creer que vaya a cumplir lo que te dije –se abrumó la detective. –Eso está muy
feo Dámaris.
-Lo sé y lo siento…
pero no puedo evitarlo, me has prometido siempre tantas cosas y después las has
incumplido que me extraña sobremanera que esto vaya a salir bien, seguramente
que al llegar a casa te quedarás dormida en el sofá…
-A ver escucha,
-empezó a decir Ángela, deteniéndose y arrodillándose junto a su hija. –Es
cierto que he incumplido hasta ahora todo lo que he dicho, pero quiero que
estas navidades sean especiales para ti y para mi; quiero llevarte a sitios que
antes no hayas visto, quiero que salgamos las dos juntas y vayamos en Año Nuevo
al Big Ben con la abuela y veamos como se encienden todas esas luces para
recibir al nuevo año como se merece y por eso el cambio de planes de esta noche
es que no estaremos solas…
-¿Qué? –Se extrañó
Dámaris, frunciendo el ceño.
-¿Te acuerdas de
Michael? Es el hij…
-El hijo de tu
compañero Xavier –la interrumpió nuevamente emocionada, -¿vamos a ir a cenar
con ellos?
-Si… nos esperan a
las 8 en casa para cenar y después iremos a los jardines –añadió Ángela
sonriendo. –Así que volvamos pronto, que tenemos que hacer pudding, -comentó
poniéndose en pie y echando a andar cogiendo la mano de su hija.
-¡Mamá! –Exclamó
deteniéndose. –Mejor cómpralo…
Ni siquiera a su
propia hija le gustaban sus comidas… bueno, no la culpaba, ni ella misma era
capaz a veces de comérselas.
Hacia las 20:10 de
la tarde, o mejor dicho, de la noche, Ángela Stravs y su adorable hija Dámaris,
se adentraron en el municipio de Harrow, lugar de residencia de Delgado, algo
retirado del trabajo y de la escuela de su hijo para su gusto, pero al fin y al
cabo un lugar tranquilo donde poder estar. La ciudad estaba iluminada con las
luces de la Navidad y los chicos disfrazados de Papá Noel, contratados por el
ayuntamiento, repartían caramelos a los niños en las calles centrales. Era una
imagen muy pintoresca y la cara de asombro de su hija no tenía precio, sin duda
alguna aquella noche iba a ser especial.
Al bajar del coche,
Ángela notó que su pequeña no podía dejar de sonreír y cuando subieron al
noveno piso, sin ascensor, en donde vivían Xavier y Michael, Dámaris corrió
junto al chico a su habitación a jugar a la consola.
-¡Qué tardonas! –Se
quejó Delgado cerrando la puerta tras de sí.
-Si… claro…
-replicó Ángela, intentando tomar aire. –Acabo de recordar… porqué no vengo a
visitarte… -Bromeó, pues ella era más de escaleras que de ascensor.
-Ya que no vas al
gimnasio… eso te sirve para hacer ejercicio –sonrió él malévolamente.
-¡Insinúas que
estoy gorda! –Exclamó haciendo aspavientos con las manos.
-No, solo que estás
en baja forma –Delgado parecía de buen humor, incluso se había afeitado, raro
en él con lo vago que era…
Desde que su mujer
los había abandonado por otro, Xavier había estado haciéndose cargo de su hijo,
su ex esposa apenas aparecía una vez al año y todo era para reclamarle dinero
por una deuda que tenía desde hacía más de 5 años con su otro marido; a lo que
Delgado siempre le respondía con un “búscate la vida” y un portazo en las
narices. Ni siquiera preguntaba cómo estaba Michael o si le iba bien en el
colegio, si necesitaba ropa o comida. ¿Para qué? Al fin y al cabo nada más
nacer quiso darlo en adopción, ¿cómo fue lo que dijo? ¡Ah, sí! “Había sido un error de cálculo, aquello no
debería de haber pasado”. Realmente era una bastarda. Y el chico no la
echaba de menos. Eso era lo mejor. Había crecido sin su cariño, sin su afecto y
aunque jamás Xavier le dijo al pequeño que su madre no lo quería, parecía
comportarse como cualquier niño normal cuando ella hacía acto de presencia.
Ángela se dio cuenta de lo feliz que era aquel niño con su padre y no pudo
evitar mirar a Dámaris… La adoraba, era su vida entera, pero por una u otra
razón siempre había sido muy descuidada con ella. Había días que ni la veía
porque cuando llegaba del trabajo era demasiado tarde como para despertarla y
solo podía admirar su rostro mientras dormía y escuchar aquellos ruiditos que
hacía cuando soñaba.
Pasaba casi todo el
día sola…
Eso
no me lo perdonaré jamás.
Se decía que cuando
llega el Año Nuevo la gente se hace nuevos propósitos para llegar a alcanzar
nuevas metas y sentirse realizados y
bien. Quizás ella lo hiciera, quizás ella se hiciera la promesa de hacer que su
hija llevase una vida mejor, pero ella no iba a esperar cinco días más,
empezaría esa misma noche.
ααα
Se adentraron en la
feria medieval de muestras, aquel año era especialmente grande y con
atracciones que jamás habían visto, sin duda alguna el ayuntamiento no había
escatimado en gastos, como casi siempre, pero aquello era todo un detalle que
pagarían los ciudadanos cuando éste subiera los impuestos.
-Y bien, ¿has
estado pensando en el caso? –Le preguntó Delgado, dándole un sorbo a su
chocolate caliente, mientras observaba cómo los niños daban saltos en el
castillo hinchable.
-Si te dijese lo
contrario te estaría mintiendo –afirmó ella sonriendo.
Ángela explicó a su
compañero todo lo que creía acerca de aquél tema y él hizo lo mismo; cabía la
posibilidad de que SavingJob estuviese actuando como una empresa clandestina,
es decir, seguía con sus actividades: poniendo alarmas, revisiones del servicio
técnico y demás, pero detrás de todo aquello también podría ocultarse una razón
mayor para que llevase sin pronunciarse y ocultando sus actividades durante
tantos años. Por ahora todo lo que sabían era que había cometido un fraude al
no pagar sus impuestos, más que suficiente como para cerrarla durante una buena
temporada, hasta que liquidaran todo lo que debían.
-¿No huele raro?
–Se extrañó Ángela, interrumpiendo de golpe la conversación.
Xavier dejó el
parloteo y prestó atención a lo que su compañera decía.
-Parece… gas, ¿no?
Unos gritos un poco
más allá de donde estaban los alarmaron, parecían provenir del lugar en donde
estaba el globo aerostático y sin dudarlo ni un momento, Stravs y Delgado
corrieron a por sus hijos, al mismo tiempo que una llamarada de fuego iluminaba
toda la feria por completo.
-Perdone, perdone
–decía una y otra vez Ángela empujando a la gente de su camino para llegar
hasta el castillo hinchable. -¡Dámaris!
Gritaba una y otra
vez intentando visualizar la pequeña figura de su hija.
-¡Maldita sea!
¿Dónde se han metido? ¡Michael! ¡Michael!
Pero ninguno de los
dos respondió y cuando las luces de los jardines se apagaron y aquella feria
medieval quedó totalmente a oscuras, lo único que pudieron escuchar ambos
detectives eran los gritos de desesperación y terror de miles de personas que
parecían no estar allí. Voces lejanas que los aturdían y empujaban hasta
hacerlos caer. El mundo no quería que los encontraran, el mundo había decidido
que así fuese el comienzo de esta historia y bajo aquél cielo resplandeciente y
tenebroso fue cuando lo irreal comenzó a mezclarse con lo real.
La magia había
aparecido… el 24 de diciembre.